Venid, oíd todos los que teméis a Dios, y contaré lo que ha hecho a mi alma. (Sal. 66: 16).Donde hay vida hay crecimiento; en el reino de Dios hay constante intercambio: se recibe y se da; se recibe, y se le devuelve al Señor lo que es suyo. Dios obra por medio de cada verdadero creyente, y la luz y las bendiciones son dadas de vuelta en la obra que el creyente realiza. De este modo aumenta la capacidad de recibir. Al impartir los dones celestiales, el creyente deja espacio para que frescas corrientes de gracia y verdad fluyan al alma desde la fuente viva. Mayor luz, conocimiento y bendiciones más amplios llegan a pertenecerle. En esta obra, que se realiza en torno de cada miembro de iglesia, se halla la vida y el crecimiento de la iglesia. Aquel cuya vida consiste en recibir siempre sin dar jamás, pronto pierde las bendiciones. Si la verdad no fluye de él hacia los demás, pierde su capacidad de recibir. Debemos impartir las bondades del cielo si queremos bendiciones frescas.-T6 448.
Al impartir el conocimiento de la verdad, éste aumentará. Todos los que reciben el mensaje del Evangelio en su corazón anhelarán proclamarlo. El amor de Cristo ha de expresarse. Aquellos que se han vestido de Cristo relatarán su experiencia, reproduciendo paso a paso la dirección del Espíritu Santo: su hambre y sed por el conocimiento de Dios y de Cristo Jesús, a quien él ha enviado; el resultado de escudriñar las Escrituras; sus oraciones, la agonía de su alma, y las palabras de Cristo a ellos dirigidas "Tus pecados te son perdonados".
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